viernes, 25 de noviembre de 2011

ESCRITO a mano, por Guillermo Jaim Etcheverry

¿Cuánto hace que no experimentamos el placer de recibir una
carta manuscrita en letra cursiva? La caligrafía es una habilidad
humana en rápida extinción, porque ya casi no se enseña en las
escuelas.
        En Inglaterra se vuelve a usar la estilográfica para que los
estudiantes aprendan la grafía. En Francia también se considera que no
se debe prescindir de esa habilidad, pero allí el problema reside en
que ya no la dominan ni los maestros.
        Aunque el mundo adulto no está aún preparado para recibir las
nuevas inteligencias de los niños producto de la tecnología, la
pérdida de la habilidad de la escritura cursiva explica trastornos del
aprendizaje que advierten los maestros e inciden en el desempeño
escolar.
        En la escritura cursiva, el hecho de que las letras estén
unidas una a la otra por trazos permite que el pensamiento fluya con
armonía de la mente a la hoja de papel. Al ligar las letras con la
línea, quien escribe vincula los pensamientos traduciéndolos en
palabras.
        Por su parte, el escribir en letra de imprenta implica
escindir lo que se piensa en letras, desguazarlo, anular el tiempo de
la frase, interrumpir su ritmo y su respiración.
        Si bien ya resulta claro que las computadoras son un apéndice
de nuestro ser, hay que advertir que favorecen un pensamiento binario,
mientras que la escritura a mano es rica, diversa, individual, y nos
diferencia a unos de otros.
        Habría que educar a los niños desde la infancia en comprender
que la escritura responde a su voz interior y representa un ejercicio
irrenunciable. Los sistemas de escritura deberían convivir,
precisamente por esa calidad que tiene la grafía de ser un lenguaje
del alma que hace únicas a las personas. Su abandono convierte al
mensaje en frío, casi descarnado, en oposición a la escritura cursiva,
que es vehículo y fuente de emociones al revelar la personalidad, el
estado de ánimo.
        Posiblemente sea esto lo que los jóvenes temen, y optan por
esconderse en la homogeneización que posibilita el recurrir a la letra
de imprenta. Porque, como lo destaca Umberto Eco, que interviene
activamente en este debate, la escritura cursiva exige componer la
frase mentalmente antes de escribirla, requisito que la computadora no
sugiere.
        En todo caso, la resistencia que ofrecen la pluma y el papel
impone una lentitud reflexiva.
        Como en tantos otros aspectos de la sociedad actual, surge
aquí la centralidad del tiempo. Un artículo reciente en la revista
Time, titulado: Duelo por la muerte de la escritura a mano, señala que
es ése un arte perdido, ya que, aunque los chicos lo aprenden con
placer porque lo consideran un rito de pasaje, "nuestro objetivo es
expresar el pensamiento lo más rápidamente posible. Hemos abandonado
la belleza por la velocidad, la artesanía por la eficiencia.
        La escritura cursiva parece condenada a seguir el camino del
latín: dentro de un tiempo, no la podremos leer". Abriendo una tímida
ventana a la individualidad, aún firmamos a mano. Por poco tiempo...

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