martes, 15 de marzo de 2011

Mentime que me gusta

"No hay persona más fácil de engañar que aquella que
desea ser engañada."


La relación entre Andrea, de veinte años, y Alejandro, de
veintidós, ya no era el idilio perfecto de un año atrás. Peleas tan
estúpidas como reiteradas, celos infundados (o no) y una actitud
bastante más fría con respecto al sexo de parte de ella eran
algunas de las causas visibles del deterioro. De todas formas,
por ninguna de esas dos cabezas se cruzaba la idea de una
ruptura. (Ojo que cuando digo "ninguna de esas dos cabezas" me
refiero a las dos cabezas de Alejandro.)
—Este domingo me voy a San Pedro a visitar a mi tía —le dijo
un día Andrea a Alejandro.
San Pedro es una ciudad que queda a unos ciento veinte
kilómetros de donde ellos vivían.
A Ale no le divirtió mucho la idea y consideró que no hubiese
estado mal que su novia le propusiera acompañarla, pero
teniendo en cuenta que ese domingo su equipo de fútbol jugaba
de local y su platea lo esperaba como cada quince días, no armó
quilombo.
—Bueno, que te diviertas —se limitó a responder.
En la semana posterior a la visita a su tía las peleas se
tornaron más molestas que lo habitual. "Que siempre tenes que ir
a la cancha, que vos a mí no me tenes en cuenta, que no te
cortaste el pelo, que sos un antipático con mis amigas, que
patatín, que patatán." El viernes discutieron más fuerte por equis
motivos y el sábado no se llamaron en todo el día.
El domingo por la tarde Alejandro decidió dar el primer paso al
diálogo y llamó por teléfono a su novia. "No... Andreíta se fue a
pasar el fin de semana a la casa de la tía en San Pedro... ¿no te
dijo?"
¡La calentura que se agarró ese muchacho! ¿Cómo se le había
ocurrido irse un fin de semana sin siquiera avisarle? ¿Estamos
todos locos? Al día siguiente vuelve a ser él quien da el paso
hacia el diálogo marcando su número telefónico.
Andrea lo atendió con el mismo entusiasmo con el que
atendería a un encuestador.
—¿Te fuiste el fin de semana y ni siquiera me lo comentaste?
¿Quién te crees que sos, nena? ¿Me tomaste por estúpido vos a
mí?
—Mira, Alejandro... ahora estoy saliendo para hockey y no
tengo tiempo para tus escenitas. Si querés vení a buscarme a la
salida y hablamos.
Las explicaciones de Andrea en el viaje de regreso del club
fueron bastante convincentes:
—Sabes que tengo muchos problemas con mi vieja, a veces se
hace insoportable vivir con ella. Además, mi tía está remal
porque se está separando... y vos sabes cómo la quiero yo a mi
tía, que además es mi madrina... ella necesitaba compañía... yo
necesitaba alejarme un poco de casa...
—Sí, está bien... ¿pero no me podías avisar al menos?
—Mira, lo decidí de un momento a otro... y además, de la
manera en que me trataste la semana pasada...
Ése fue el comienzo de otra pelea que no vale la pena detallar.
El asunto es que la relación continuó esa semana entre
discusiones y calmas temporarias.
—Me voy a ver a mi tía el fin de semana —le dice Andrea el
siguiente viernes.
—¿Otra vez? —pregunta Alejandro molesto.
—Sí, otra vez. Ya te dije que mi tía está mal. Me llamó, me
preguntó si quería ir porque le hizo muy bien estar acompañada y
le dije que sí. ¿Vos acaso no vas a la cancha el domingo?
El lunes suena el teléfono de Alejandro. Era Andrea desde San
Pedro.
—Me voy a quedar diez días con mi tía.
—Ah... qué bien... bueno, mira, hace lo que quieras. ¿Sabes
qué? Quédate todo lo que se te ocurra. Eso sí, no esperes que te
vaya a estar llamando a San Pedro como un idiota.
—No me grites, escúchame, después de lo que vos me
hiciste...
—No tengo ganas de discutir otra vez con vos, Andrea... me
aburre discutir siempre, me tenes las pelotas por el suelo,
quédate los diez días y llámame cuando vuelvas.
"Click."
Alejandro cortó recaliente pero con la tranquilidad interna de
saber que había actuado correctamente, como un hombre con
orgullo, sin permitirle ver el dolor que le causaba su ausencia y
negándose a volver a hablar con ella hasta su regreso. Sin duda
eso haría que lo extrañara, que recapacitara, que tuviera miedo
de perderlo y hasta que decidiera regresar antes.
A medida que pasaban los días las ganas de Alejandro de
saber algo de su novia iban en aumento, pero bajo ningún punto
de vista iba a quebrar su promesa de no llamarla. Ella tampoco lo
haría porque era muy orgullosa, pero seguramente estaba muy
mal y muy necesitada de hablar con él.
"Y bueno... que se joda... ella se lo buscó."
El día previo al regreso Alejandro ya no aguantaba no tener
noticias de ella, por lo que decidió entrar a espiar la casilla de emails
de su novia a ver si encontraba algo que le alivianara la
ansiedad.
El único e-mail que había en su bandeja de entrada era de un
tal Sebastián y decía: "¿Por qué decís que no te quiero? ¿No
sabes acaso que te quiero mucho?".
Eso era todo.
¡La reputa madre! ¿Quién era ese tipo?
¿Qué significaba eso de "te quiero mucho"? ¿Se enganchó un
tipo en San Pedro?
No... ni en pedo... seguramente era un amigo.
O tal vez era un buitre que se la quería ganar... qué pelotudo...
"Hola, Claudia... soy Alejandro... ¿está Andrea?"
La promesa de no llamarla a San Pedro se había ido al carajo.
—Hola —dijo Andrea con voz de dormida.
—Hola... venís mañana, ¿no?
—Sí, ¿por qué? ¿Pasa algo?
—Porque quiero que me expliques quién es Sebastián y qué es
esa boludez de "te quiero mucho".
El sueño en su voz desapareció instantáneamente.
—¿Me estás revisando la casilla de e-mails? ¿Cómo entras a
la casilla?
—La casilla te la di de alta yo, estúpida. ¿Te olvidaste?
—No me insultes.
—Si no querés que te insulte decime qué carajo está pasando,
qué me estás ocultando, quién es el tipo ese...
—Para, para... vos como siempre interpretando todo para la
mierda... ya te voy a contar mañana.
—Mañana nada. Me decís ahora.
—Ale, no seas tonto. Sebastián es un amigo... es el hermano
de la vecina de adelante de mi tía...
—Claro... ¿y "te quiere mucho" el hermano de la vecina de tu
tía?
—Mira, Ale.... ahora no puedo hablar... acá hay gente. Mañana
llego y te cuento bien. No seas tonto.
—OK, pero llámame ni bien llegues.
"Bueno, al parecer todo está bien. Se trata de un amigo", se
dijo Alejandro al cortar la comunicación.
Sí... todo estaba bien salvo la taquicardia y esa sensación de
mierda de que nada estaba tan bien como él se esforzaba por
creer para no desesperarse.
Había dos opciones: creerle y quedarse tranquilo o no creerle y
volverse loco.
Eligió la primera, aunque no pudo llevar del todo a cabo la
segunda parte, porque tranquilo lo que se dice tranquilo no se
quedó. A la mañana siguiente, Andrea llegó a su casa. Llamó a
Alejandro y arreglaron para verse en la casa de él tipo seis de la
tarde.
—¿No puede ser antes? —preguntó Ale.
—No, antes no puedo —respondió ella sin mayores
explicaciones.
Andrea llegó a las 18:15 con cara de perro que volteó la olla.
Se saludaron fríamente y se encerraron en la habitación.
—Te escucho —dijo Ale.
—¿Que me escuchas qué...? —respondió Andrea en un
estúpido e infructuoso intento de hacerse la boluda.
—Dale, Andrea: Sebastián, el e-mail, el "te quiero mucho"...
Andrea respiró hondo y comenzó a hablar en un tono sereno y
de forma pausada. Algo no andaba bien.
—Sebastián es el hermano de la vecina de mi tía. Una noche
mi tía amasó unas pizzas y los invitó a comer. Mi tía hace unas
pizzas riquísimas. Tiene un horno de barro...
—Andrea...
—Bueno, resulta que salió el terna del problema que tengo con
mamá... y a Sebi le pasaba algo similar pero con el padre...
entonces nos quedamos hablando mucho esa noche...
—¿Eso cuándo fue? ¿Antes de venirte?
—No... esteeee... eso fue la vez pasada... cuando fui a pasar
el primer fin de semana.
-Ah...
El rompecabezas se iba armando.
—Y bueno... esta vez que volví hablamos mucho... y nos
hicimos bastante amigos. Es un pibe remacanudo.
—¿Y de qué hablaban tanto?
—Ya te dije, del problema que tiene él con el padre, de mi
vieja... de su ex novia... de vos...
—¿De mí? ¿Y qué tenías que hablar de mí?
—Ay, Ale... nosotros hace rato que tenemos problemas y lo
sabes. Y la verdad es que me hacía muy bien tener una visión
masculina de algunas cosas. Yo no tengo hermanos, con mi papá
no se puede hablar mucho... entonces en un amigo encontré un
apoyo.
La palabra "apoyo" le trajo imágenes feas a la cabeza, pero
decidió bloquear esos pensamientos.
—¿Entonces es un amigo?
-Sí...
-¿Seguro?
—Ya te dije que sí.
—¿Me extrañaste?
—Sí, tonto...
—¿Y no me vas a dar un beso como la gente?
Andrea se acercó y sus bocas se juntaron en lo que podría
tranquilamente enmarcarse dentro de la categoría "beso de
mierda".
—¿Qué pasa, Andrea?
—Nada...
—¿Me aseguras que con este pibe no pasó nada y que sólo
son amigos?
Silencio.
—Andrea...
—Bueno, sí... de parte mía al menos sí.
—¿Cómo de parte tuya?
—Es que él confundió un poco las cosas... y una noche
estábamos tomando algo en un boliche...
—¿Qué boliche? ¿Fuiste a bailar? ¿Fuiste a bailar con él?
—No... no fui con él, fuimos con todo un grupo de amigos.
La taquicardia había regresado. Y esta vez, al parecer, para
quedarse.
-¿Y?
—Y nada... él me dijo que sentía algo más por mí... y me
besó...
Alejandro quiso decir algo pero su cerebro no coordinó con sus
cuerdas vocales y sólo atinó a emitir un sonido corto, ahogado e
inentendible que Andrea pasó por alto.
—Pero te juro que fue sólo un beso... inmediatamente pensé
en vos.
—¿O sea que fue solamente un beso?
—Sí, sí... yo le dije que tenía novio... que a él sólo lo veía
como un amigo.
—¿Y eso cuándo fue?
—El primer sábado.
—¿El día que llegaste? ¿Y después seguiste con él todos
estos días?
—Sí... pero ya te dije. No pasó nada más, sólo como amigos.
Él me insistía pero yo le decía que tengo novio... y que mi novio
me quiere. Él me decía que también me quería, pero yo le dije
que eso no puede ser... que no puede quererme en tan poco
tiempo... por eso lo del e-mail.
—No entiendo. ¿Qué importa si él te quiere, o si yo te quiero, o
quién te quiere más? Acá lo importante es qué querés vos.
Silencio.
—Andrea, ¿a vos te importa el tipo ese?
—Sólo como amigo.
—¿Seguro?
—Sí.
—¿Y lo del beso?
—Ya te dije... me tomó por sorpresa...
—¿Entonces fue sólo un beso y nada más?
—Sí.
—¿Me lo juras?
—Te lo juro.
Bueno... todo había sido apenas un susto. Si bien lo del beso
podría haberse evitado, no era tan grave. Cualquiera puede
tomar algún trago de más y equivocarse. Ella había tenido su
momento de confusión pero lo había superado rápidamente.
Beso, abrazo, reconciliación y a seguir adelante.
Dos meses más tarde Alejandro lloraba desconsoladamente en
la casa de su mejor amigo.
Andrea lo había dejado y se había ido a vivir con su tía a San
Pedro.
Analicemos un poco lo sucedido.
¿Andrea lo habría dejado por Sebastián de todas formas si
Alejandro hubiera tomado el toro por las astas de entrada?
Probablemente sí. Probablemente no.
Pero sin duda la aceptación por parte de Alejandro de las
inverosímiles justificaciones de Andrea le allanó a ella el camino
hacia más infidelidades y el posterior alejamiento definitivo. Era
obvio que el interés repentino de Andrea en visitar a su tía
escondía algo más que un sentimiento familiar.
El e-mail encontrado por Alejandro dejaba al descubierto un
asunto turbio.
La confesión de que había existido algo entre ella y otro tipo no
dejaba lugar a dudas. Así y todo Andrea logró engañarlo a su
regreso.
¿Cómo lo logró? Porque no hay persona más fácil de engañar
que aquella que "desea" ser engañada, y Alejandro deseaba que
ella regresara de San Pedro con una excusa convincente.
Verdadera o no. Sólo convincente.
Quería creerle. Necesitaba creerle. Deseaba profundamente
creerle.
Hoy Alejandro sigue intentando recuperar a Andrea, pero es
muy difícil que lo logre. ¿Por qué? Porque quiere seguir
pensando que Andrea se equivocó, que en realidad lo quiere a
él, que tal vez se haya ido por su tía y no por el otro, que ella
está en un momento de confusión pasajero.
Alejandro sólo ve lo que quiere ver.
Intenta por todos los medios que jamás te suceda lo mismo.
Tal vez no puedas evitar que te mientan. Pero jamás seas
cómplice de esa mentira.

lunes, 14 de marzo de 2011

Carlitos

Carlitos estaba de novio con Magdalena. Pero no eran una
pareja más. Eran "la" pareja.
Habían empezado siendo amigos.
Maggie estaba de novia con otro chico, pero la atracción mutua
que comenzaron a sentir con Carlitos hizo que luego de engañar
a su novio durante un tiempo lo dejara para dar paso a esta
nueva e intensa relación.
Ella soltó el primer "te quiero" a lo que él, luego de dudar unos
instantes, respondió "yo también".
Para Carlitos no era fácil decir "te quiero". No porque no lo
sintiera sino porque sabía que decirlo significaba mostrar todas
sus cartas, y no estaba seguro de si eso le convenía.
Vaya a saber entonces por qué cuestiones del cerebro
masculino se dio que fue Carlitos el que tiró el primer "te amo".
Los "te amo" luego pasaron a ser moneda corriente.
A veces se daba como una especie de ping pong:
—Te amo.
—Te amo.
—Te amo.
—Yo te amo más.
—No... yo te amo más.
—No... yo.
—No... yo.
Visto desde afuera era patético, pero se ve que a ellos les
encantaban esas pelotudeces.
Pasaban los meses y todo era perfecto. No tenían secretos.
Estar separados tal vez por unas cortas vacaciones era una
tortura que decidieron evitar en las vacaciones siguientes.
Ambos eran celosos, pero intentaban por todos los medios
(sobre todo Carlitos) que no hubiera ningún motivo de dudas en
su pareja.
La fecha de casamiento se fijó para un 30 de noviembre. No
sabían aún de qué año, pero qué lindo era saber que un 30 de
noviembre se iban a unir para siempre, legalmente y ante Dios.
Su primer hijo se llamaría Lucas o Valeria.
Nada superaba el placer de estar juntos. Video, helado y sexo
era para ellos el plan perfecto.
Qué digo sexo, eso era amor. Verdadero amor.
Maggie un día cambió de carrera. La abogacía no era lo suyo y
se pasó a diseño. (Sí... ya sé... pero bueno.)
La familia no estaba muy de acuerdo con la decisión, pero
Maggie contaba como siempre con el apoyo incondicional de
Carlitos.
Comenzó su nueva carrera con mucho entusiasmo. Carlitos la
esperaba todas las noches a la salida, como cuando iba a la otra
facultad.
—Charlie, no vengas mañana a buscarme. Me lleva Sonia, que
vive cerca de casa —dijo Maggie un día.
Para Carlitos no era un sacrificio ir por ella, y se lo hizo saber.
—A mí no me molesta esperarte, al contrario. No veo la hora
que llegue el momento de verte salir...
—Sabes qué pasa, amor... que a veces los chicos a la salida
de la facu van a tomar algo... y yo siempre parezco una cortada,
¿no te enojas?
—No, mi amor... cómo me voy a enojar.
Todo empezó a cambiar.
Los "te quiero" de Maggie se espaciaron. Los "te amo"
desaparecieron.
La película, el helado y el sexo quedaron resumidos a "la
película y el helado".
Todo se fue dando lentamente, casi sin que Carlitos se diera
cuenta.
Pero bueno... todas las parejas tienen momentos mejores que
otros. No había nada de qué preocuparse.
Maggie se puso algo más quejosa. Cosas que antes no le
molestaban de su novio comenzaron a perturbar la armonía de la
pareja.
—¿Otra vez con esa remera? ¿No te la penses cambiar
nunca?
—Pero está recién lavada...
—¿Sos sordo? Yo no digo que esté sucia... digo que es
aburrido verte siempre con la misma.
—¿Querés que me la saque, bombón?
—No te hagas el tonto, te estoy hablando en serio.
—Maggie, ¿de qué querés el helado?
—¿Me estás cargando? ¿Después de dos años todavía
no sabes de qué me gusta el helado? Así es como me
tenes en cuenta...
—Bueno, mi amor, perdóname.
—Sí, claro... así arreglas todo vos.
Otra vez "película y helado"... nada más.
El que llamaba siempre ahora era Carlitos. La emoción que en
otras épocas demostraba Magdalena al atender el teléfono había
desaparecido. Carlitos no se preocupaba por eso. Ella lo amaba.
Se casarían un 30 de noviembre. Sus hijos se llamarían Lucas o
Valeria...
—Necesito un tiempo —dijo Maggie con cara de sota de basto.
Carlitos levantó la mirada sin sacar la boca de la pajita del
trago sin alcohol que estaba tomando.
—No sé qué me pasa... estoy confundida... necesito tiempo
para pensar.
A Carlitos se le vino el mundo abajo. Lo que estaba viviendo
era... cómo decirlo... irreal.
Esas cosas les pasaban sólo a los demás. Maggie lo amaba.
Estaba seguro de eso. Debía tratarse de una confusión de parte
de ella.
Y era entendible. Sus padres estaban separados, el cambio de
carrera seguramente la habría afectado... y él había cometido
algunos errores: no era muy detallista, había olvidado el
cumpleaños de su suegra, no se cambiaba mucho la remera... lo
de Maggie era lógico.
Luego de tratar de convencerla por todos los medios de que
ese tiempo no era necesario, que él la apoyaría, la ayudaría y
que juntos podían enfrentar mejor los problemas, decidió
demostrarle su amor de una manera más directa: "Tomate el
tiempo que quieras. Pero sabe que yo voy a estar aquí para lo
que necesites. Y no olvides que te amo y que sin vos me muero".
—No llores, Carlitos. Por favor te lo pido, no me hagas esto
más difícil.
—Es que te amo tanto.
—Yo también te amo... sos el hombre de mi vida y sé que sos
la persona con la que me quiero casar y tener hijos. Pero ahora
necesito estar sola. Entendeme.
Esas palabras lo tranquilizaron. Se secó las lágrimas, pagó
como siempre la cuenta y la acompañó a la entrada de la
facultad. Ella lo despidió con un dulce beso compasivo en la
mejilla y entró triste y lentamente a su clase.
Pasaron dos días. Dos largos por no decir eternos días, sin
que Carlitos tuviera noticias de Maggie.
Cuarenta y ocho horas era tiempo suficiente. Él estaba
respetando el tiempo que ella le había pedido, pero ya no
aguantaba más. Esa noche la iría a buscar por sorpresa. Ella
seguramente también la estaba pasando muy mal. Se
encontrarían, hablarían y por supuesto se arreglarían. ¿Para qué
extender este sufrimiento?
Si su novia estaba confundida, él la ayudaría a desconfundirse.
Al menos tenía el consuelo de saber que ella lo amaba. Que
esta etapa era algo transitorio. Y que por supuesto no había
terceros en el medio. Eso ni pensarlo.
—¿Qué haces acá?
La frase lapidaria de Maggie aún le retumba en sus oídos.
—Hola... ¿podemos habí...?
—Perdóname... ahora no puedo. Tengo que reunirme por un
trabajo práctico.
—¿Te llamo y arreglamos para vernos y hablar?
—Carlitos... te pedí tiempo. ¿Te das cuenta de que nunca
respetas mis prioridades?
Carlitos se fue con las manos vacías. Pero no se daría por
vencido. Si él era el culpable de esta ruptura tenía que
demostrarle que podía cambiar, que la quería, que la amaba y
que ella podía confiar en él.
Un mensaje de texto en su celular que dijera "te amo más que
a mi vida" sería el puntapié inicial. Esa frase era importante para
ellos. Era una de las preferidas de ella en las épocas doradas.
"Send" y a esperar.
Al segundo día de suspenso ya era hora de intentar otra cosa.
Esperarla a la salida de su trabajo con el auto para ofrecerle
llevarla a la facultad era una idea brillante. En el camino podrían
hablar.
Y así lo hizo. Ella habló todo el camino. Pero por su celular,
vaya a saber con qué amiga.
El papel de chofer le sentó bastante bien. Al menos estuvo
cerca de ella, que recién cortó la comunicación en la esquina de
la facultad. Al detenerse el auto Carlitos sólo atinó a expresarle
nuevamente su amor y a pedirle que volviera. Sólo que esta vez
incluyó las palabras "te lo suplico".
—Por favor... no vuelvas a hacer esto. Ya te dije que necesito
estar sola. No me presiones.
Todavía tenía muchas cartas por jugar. Flores, cartas,
pasacalles...
Ella cumplía años al mes siguiente. Ese día tendría vía libre
para llamarla, por supuesto.
Además, Maggie tenía cosas de él en su casa. Unas fotos,
unos CDs... si no se las había devuelto era porque no pensaba
que la ruptura fuera definitiva. Era arriesgado dar el golpe de
efecto de pedirle las cosas. A ver si todavía ella le decía: "Cómo
no, pasa a buscarlas". Eso sería la muerte.
—No puede ser. ¿Cómo va a estar saliendo con un compañero?
Ella quería estar sola... estaba confundida. Además, me
ama. Si quisiera estar con alguien estaría conmigo —le dijo
Carlitos al imbécil de un amigo que le vino con el chisme.
El teléfono de Maggie sonó en plena madrugada.
—Me dijo Matías que estás saliendo con un compañero... Eso
no es cierto, ¿verdad?
—Carlitos... son las dos de la mañana...
—Contéstame, nada más... decime que no es cierto y me
quedo tranquilo y no te molesto más.
—Carlitos... yo no tengo que darte explicaciones de nada. Y lo
que yo haga con Marcelo no son asuntos ni tuyos ni de tu amigo.
—¿Marcelo? ¿Se llama Marcelo? ¿Y desde cuándo...?
—Tuuu tuuu tuuu tuuu.
Tal vez esta historia te resulte familiar. Posiblemente no en su
totalidad, pero es muy probable que te sientas identificado con
buena parte de ella.
Y es lógico.
En muchos párrafos pareciera que estoy relatando tu caso, ¿o
no?
¿Seré adivino?
¿Te habré estado espiando?
No. Nada de eso. Simplemente sucede que todas las mujeres
son como Maggie. Y que todos los hombres, aunque nos duela
admitirlo, somos medio Carlitos.