lunes, 14 de marzo de 2011

Carlitos

Carlitos estaba de novio con Magdalena. Pero no eran una
pareja más. Eran "la" pareja.
Habían empezado siendo amigos.
Maggie estaba de novia con otro chico, pero la atracción mutua
que comenzaron a sentir con Carlitos hizo que luego de engañar
a su novio durante un tiempo lo dejara para dar paso a esta
nueva e intensa relación.
Ella soltó el primer "te quiero" a lo que él, luego de dudar unos
instantes, respondió "yo también".
Para Carlitos no era fácil decir "te quiero". No porque no lo
sintiera sino porque sabía que decirlo significaba mostrar todas
sus cartas, y no estaba seguro de si eso le convenía.
Vaya a saber entonces por qué cuestiones del cerebro
masculino se dio que fue Carlitos el que tiró el primer "te amo".
Los "te amo" luego pasaron a ser moneda corriente.
A veces se daba como una especie de ping pong:
—Te amo.
—Te amo.
—Te amo.
—Yo te amo más.
—No... yo te amo más.
—No... yo.
—No... yo.
Visto desde afuera era patético, pero se ve que a ellos les
encantaban esas pelotudeces.
Pasaban los meses y todo era perfecto. No tenían secretos.
Estar separados tal vez por unas cortas vacaciones era una
tortura que decidieron evitar en las vacaciones siguientes.
Ambos eran celosos, pero intentaban por todos los medios
(sobre todo Carlitos) que no hubiera ningún motivo de dudas en
su pareja.
La fecha de casamiento se fijó para un 30 de noviembre. No
sabían aún de qué año, pero qué lindo era saber que un 30 de
noviembre se iban a unir para siempre, legalmente y ante Dios.
Su primer hijo se llamaría Lucas o Valeria.
Nada superaba el placer de estar juntos. Video, helado y sexo
era para ellos el plan perfecto.
Qué digo sexo, eso era amor. Verdadero amor.
Maggie un día cambió de carrera. La abogacía no era lo suyo y
se pasó a diseño. (Sí... ya sé... pero bueno.)
La familia no estaba muy de acuerdo con la decisión, pero
Maggie contaba como siempre con el apoyo incondicional de
Carlitos.
Comenzó su nueva carrera con mucho entusiasmo. Carlitos la
esperaba todas las noches a la salida, como cuando iba a la otra
facultad.
—Charlie, no vengas mañana a buscarme. Me lleva Sonia, que
vive cerca de casa —dijo Maggie un día.
Para Carlitos no era un sacrificio ir por ella, y se lo hizo saber.
—A mí no me molesta esperarte, al contrario. No veo la hora
que llegue el momento de verte salir...
—Sabes qué pasa, amor... que a veces los chicos a la salida
de la facu van a tomar algo... y yo siempre parezco una cortada,
¿no te enojas?
—No, mi amor... cómo me voy a enojar.
Todo empezó a cambiar.
Los "te quiero" de Maggie se espaciaron. Los "te amo"
desaparecieron.
La película, el helado y el sexo quedaron resumidos a "la
película y el helado".
Todo se fue dando lentamente, casi sin que Carlitos se diera
cuenta.
Pero bueno... todas las parejas tienen momentos mejores que
otros. No había nada de qué preocuparse.
Maggie se puso algo más quejosa. Cosas que antes no le
molestaban de su novio comenzaron a perturbar la armonía de la
pareja.
—¿Otra vez con esa remera? ¿No te la penses cambiar
nunca?
—Pero está recién lavada...
—¿Sos sordo? Yo no digo que esté sucia... digo que es
aburrido verte siempre con la misma.
—¿Querés que me la saque, bombón?
—No te hagas el tonto, te estoy hablando en serio.
—Maggie, ¿de qué querés el helado?
—¿Me estás cargando? ¿Después de dos años todavía
no sabes de qué me gusta el helado? Así es como me
tenes en cuenta...
—Bueno, mi amor, perdóname.
—Sí, claro... así arreglas todo vos.
Otra vez "película y helado"... nada más.
El que llamaba siempre ahora era Carlitos. La emoción que en
otras épocas demostraba Magdalena al atender el teléfono había
desaparecido. Carlitos no se preocupaba por eso. Ella lo amaba.
Se casarían un 30 de noviembre. Sus hijos se llamarían Lucas o
Valeria...
—Necesito un tiempo —dijo Maggie con cara de sota de basto.
Carlitos levantó la mirada sin sacar la boca de la pajita del
trago sin alcohol que estaba tomando.
—No sé qué me pasa... estoy confundida... necesito tiempo
para pensar.
A Carlitos se le vino el mundo abajo. Lo que estaba viviendo
era... cómo decirlo... irreal.
Esas cosas les pasaban sólo a los demás. Maggie lo amaba.
Estaba seguro de eso. Debía tratarse de una confusión de parte
de ella.
Y era entendible. Sus padres estaban separados, el cambio de
carrera seguramente la habría afectado... y él había cometido
algunos errores: no era muy detallista, había olvidado el
cumpleaños de su suegra, no se cambiaba mucho la remera... lo
de Maggie era lógico.
Luego de tratar de convencerla por todos los medios de que
ese tiempo no era necesario, que él la apoyaría, la ayudaría y
que juntos podían enfrentar mejor los problemas, decidió
demostrarle su amor de una manera más directa: "Tomate el
tiempo que quieras. Pero sabe que yo voy a estar aquí para lo
que necesites. Y no olvides que te amo y que sin vos me muero".
—No llores, Carlitos. Por favor te lo pido, no me hagas esto
más difícil.
—Es que te amo tanto.
—Yo también te amo... sos el hombre de mi vida y sé que sos
la persona con la que me quiero casar y tener hijos. Pero ahora
necesito estar sola. Entendeme.
Esas palabras lo tranquilizaron. Se secó las lágrimas, pagó
como siempre la cuenta y la acompañó a la entrada de la
facultad. Ella lo despidió con un dulce beso compasivo en la
mejilla y entró triste y lentamente a su clase.
Pasaron dos días. Dos largos por no decir eternos días, sin
que Carlitos tuviera noticias de Maggie.
Cuarenta y ocho horas era tiempo suficiente. Él estaba
respetando el tiempo que ella le había pedido, pero ya no
aguantaba más. Esa noche la iría a buscar por sorpresa. Ella
seguramente también la estaba pasando muy mal. Se
encontrarían, hablarían y por supuesto se arreglarían. ¿Para qué
extender este sufrimiento?
Si su novia estaba confundida, él la ayudaría a desconfundirse.
Al menos tenía el consuelo de saber que ella lo amaba. Que
esta etapa era algo transitorio. Y que por supuesto no había
terceros en el medio. Eso ni pensarlo.
—¿Qué haces acá?
La frase lapidaria de Maggie aún le retumba en sus oídos.
—Hola... ¿podemos habí...?
—Perdóname... ahora no puedo. Tengo que reunirme por un
trabajo práctico.
—¿Te llamo y arreglamos para vernos y hablar?
—Carlitos... te pedí tiempo. ¿Te das cuenta de que nunca
respetas mis prioridades?
Carlitos se fue con las manos vacías. Pero no se daría por
vencido. Si él era el culpable de esta ruptura tenía que
demostrarle que podía cambiar, que la quería, que la amaba y
que ella podía confiar en él.
Un mensaje de texto en su celular que dijera "te amo más que
a mi vida" sería el puntapié inicial. Esa frase era importante para
ellos. Era una de las preferidas de ella en las épocas doradas.
"Send" y a esperar.
Al segundo día de suspenso ya era hora de intentar otra cosa.
Esperarla a la salida de su trabajo con el auto para ofrecerle
llevarla a la facultad era una idea brillante. En el camino podrían
hablar.
Y así lo hizo. Ella habló todo el camino. Pero por su celular,
vaya a saber con qué amiga.
El papel de chofer le sentó bastante bien. Al menos estuvo
cerca de ella, que recién cortó la comunicación en la esquina de
la facultad. Al detenerse el auto Carlitos sólo atinó a expresarle
nuevamente su amor y a pedirle que volviera. Sólo que esta vez
incluyó las palabras "te lo suplico".
—Por favor... no vuelvas a hacer esto. Ya te dije que necesito
estar sola. No me presiones.
Todavía tenía muchas cartas por jugar. Flores, cartas,
pasacalles...
Ella cumplía años al mes siguiente. Ese día tendría vía libre
para llamarla, por supuesto.
Además, Maggie tenía cosas de él en su casa. Unas fotos,
unos CDs... si no se las había devuelto era porque no pensaba
que la ruptura fuera definitiva. Era arriesgado dar el golpe de
efecto de pedirle las cosas. A ver si todavía ella le decía: "Cómo
no, pasa a buscarlas". Eso sería la muerte.
—No puede ser. ¿Cómo va a estar saliendo con un compañero?
Ella quería estar sola... estaba confundida. Además, me
ama. Si quisiera estar con alguien estaría conmigo —le dijo
Carlitos al imbécil de un amigo que le vino con el chisme.
El teléfono de Maggie sonó en plena madrugada.
—Me dijo Matías que estás saliendo con un compañero... Eso
no es cierto, ¿verdad?
—Carlitos... son las dos de la mañana...
—Contéstame, nada más... decime que no es cierto y me
quedo tranquilo y no te molesto más.
—Carlitos... yo no tengo que darte explicaciones de nada. Y lo
que yo haga con Marcelo no son asuntos ni tuyos ni de tu amigo.
—¿Marcelo? ¿Se llama Marcelo? ¿Y desde cuándo...?
—Tuuu tuuu tuuu tuuu.
Tal vez esta historia te resulte familiar. Posiblemente no en su
totalidad, pero es muy probable que te sientas identificado con
buena parte de ella.
Y es lógico.
En muchos párrafos pareciera que estoy relatando tu caso, ¿o
no?
¿Seré adivino?
¿Te habré estado espiando?
No. Nada de eso. Simplemente sucede que todas las mujeres
son como Maggie. Y que todos los hombres, aunque nos duela
admitirlo, somos medio Carlitos.

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